7 de Marzo – III Domingo de Cuaresma

Mis Queridos Amigos:

La rehabilitación a veces se puede poner violenta. Cuando estamos tratando de recuperarnos de una adicción o un vicio, las cosas a veces se ponen feas. Lo mismo pasa cuando tratamos de huir del vicio del pecado: el maligno hará todo lo posible para encadenarnos al pecado y causar destrucción.   Pero es aquí donde tenemos que dejar que Jesús entre en el templo de nuestro corazón para purificarlo como oímos en el evangelio de hoy. Unos de mis compañeros de clase que es  párroco en Jacksonville escribió hace unos años: “Señor, entra en el templo de mi corazón y empieza a volcar mesas. ¡Elimina de mi corazón lo que no pertenece a ti!

Pero Jesús no va a entrar por fuerza en nuestro corazón, tenemos que dejarlo y abrirle la puerta. El pecado erige una muralla de piedra alrededor de corazón que es mas duro que las piedras del templo antiguo. Esta muralla nos hace adormecido al pecado. Seguimos repitiendo los mismos pecados una y otra vez porque ya no sentimos remordimiento, vergüenza, y ya no sentimos dolor por nuestros pecados. Eventualmente, el pecado no hunde y nos mate espiritualmente por su peso.

La Oración Colecta de la Misa de hoy resume perfectamente lo que la Iglesia quiere comunicarnos en este domingo: “Oh, Dios…mira con amor el reconocimiento de nuestra pequeñez y levanta con tu misericordia a los que nos sentimos abatidos por nuestra conciencia.” El pecado es como una roca enorme que cargamos en los hombros. El pecado nos deshumaniza, nos debilita y no nos deja ver el rostro glorioso de nuestro Dios. Hoy le imploramos a Dios en nuestras oraciones que seamos “levantados” por su misericordia. Necesitamos que El entre en nuestros corazones para expulsar todo mal como expulso a los vendedores del templo. Nos urge que el quite el peso del pecado para poder alzar la cabeza y contemplar su    gloria. Por eso debemos siempre acudir al sacramento de la   confesión. El confesionario es el lugar donde las cosas a veces se ponen feas por la suciedad del pecado, pero salimos tan limpios como el día de nuestro bautizo. Jesús realiza el trabajo difícil en el confesionario. El expulsa todo lo que sea del maligno. El destierra lo que no pertenece en nuestro corazón. La Cuaresma es la época perfecta de lavar el alma en la confesión. Hagan un buen examen de consciencia. Confiesen sus pecados. Sientan el poder de Su misericordia. Cristo quiere construir algo nuevo. El quiere derrumbar el viejo ser y hacer surgir un hombre nuevo, una mujer nueva. El único impedimento somos nosotros: ¡tenemos que dejarlo entrar! Mientras seguimos nuestra jornada cuaresmal, pregúntense: “Voy a dejar a Jesús entrar en mi corazón para que haga algo nuevo en mí?”

Que Dios Los Bendiga A Todos,

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