El Padre Juan Sosa es párroco de la Iglesia St. Joseph en Miami Beach, la parroquia católica más cercana a las parcialmente colapsadas Champlain Towers South en Surfside. Desde el colapso del 24 de junio, ha dado docenas de entrevistas a los medios de comunicación y ha visitado el centro donde las familias esperan noticias sobre sus seres queridos. Escribió este 29 de junio porque, explicó, “Escribir generalmente me ayuda y libera mis pensamientos y sentimientos”.
Para esta “experiencia” no hay entrenamiento específico en el seminario. Las vidas que se pierden por enfermedad o accidente individual, o incluso violencia, nos presentan un desafío diferente. En esos casos, el sacerdote ofrece los sacramentos de la penitencia y la unción a los necesitados porque sabe que es Cristo y la comunidad de la Iglesia quienes están presentes a través de él y quienes consuelan y llevan la curación a los corazones rotos y, a veces, a los cuerpos en descomposición.
Sin embargo, ¿cómo lidiar con un grupo de fieles que residen en un edificio que se derrumba inesperadamente en medio de la noche? La respuesta surge de la misma tragedia que en última instancia conmueve a todos los que oyen hablar de ella y miran los escombros: Debes de estar presente y disponible, con la esperanza de que Dios restaurará lo que está roto y traerá paz a aquellos que esperan noticias de sus familiares y amigos.
En algún momento, especialmente por la noche, anhelas con esperanza escuchar las voces de los que están atrapados: las parejas casadas que asisten a misa y apoyan los proyectos parroquiales, los niños que recibieron la primera comunión de tu mano, las parejas que intercambiaron sus votos matrimoniales frente a ti, los ancianos que encuentran consuelo en un compañero que les ayuda. ¿Volveremos a escuchar esas voces? ¿Se unirán a nuestros feligreses en la adoración para escuchar la Palabra de Dios y participar del sacramento de la vida, la Eucaristía?
Por encima de todo, debes de elevarlos a todos en oración con toda la comunidad y estar agradecido por las señales de nueva vida en medio de la angustia y el dolor emocional: el arduo y continuo trabajo de los socorristas; la persistente disposición de las personas a compartir lo que puedan con quienes perdieron su hogar; el consuelo de consejeros y capellanes; el compromiso de los jóvenes de convertirse en embajadores de las buenas noticias en medio de las malas noticias; y, sobre todo, el alejamiento de ideologías políticas que con frecuencia se convierten en un obstáculo para un diálogo saludable para presenciar la vinculación de líderes cívicos en partidos opuestos.
¡Alegrémonos y tengamos esperanza! Cada párroco, y cada creyente, cada cristiano, cada católico, debe ver a Dios obrando más allá de un dilema tan trágico. En palabras de Santa Teresa de Ávila, en esos tiempos difíciles ves las manos y los pies de Cristo en los demás, la voz de Cristo y el corazón de Cristo en acción a través del amor que muchos a su alrededor comparten con los que tienen dolor… una experiencia enriquecedora que con frecuencia echas de menos en tu rutina diaria… una experiencia pastoral que no se encuentra en el plan de estudios del Seminario, pero ciertamente sembrada en el corazón de los futuros sacerdotes a través de su llamado a este ministerio único que exige una mirada diaria a la Cruz a través de la cual Cristo continúa transformando el dolor humano en un sacrificio continuo.