Mis queridos amigos,
“Y allí nació su primer hijo, y lo envolvió en pañales y lo acostó en el establo, porque no había alojamiento para ellos en el mesón”. (Lucas 2:7)
¡Feliz Navidad! Estoy muy agradecido de compartir mi cuarta Navidad con todos ustedes como su párroco. Somos una familia que acaba de celebrar cuatro alegres semanas de Adviento con fiestas, música y preparación espiritual para este día. Tuvimos un momento de alegría porque en el centro de todo estaba el amor a la familia y en el centro del amor a la familia está Jesucristo. En la más sagrada de las noches hace siglos, el calor de la familia fue lo que mantuvo a nuestro Señor cálido, y sentimos ese calor aquí en nuestra iglesia cuando nos reunimos para celebrar más que un cumpleaños. Estamos reunidos para celebrar el regalo maravilloso de Dios para nosotros en su Hijo y para escuchar la antigua historia de la Navidad contada de nuevo.
Nos sorprende la simplicidad y la profundidad del relato de Lucas de los eventos que rodearon el nacimiento de Cristo, de la venida de Dios al mundo. Hace diez años, el Papa Benedicto XVI presento una homilía conmovedora en la Misa de Medianoche que todavía resuena hoy:
“Una vez más, como siempre, la belleza de este Evangelio nos llega al corazón: una belleza que es esplendor de la verdad. Nuevamente nos conmueve que Dios se haya hecho niño, para que podamos amarlo, para que nos atrevamos a amarlo, y, como niño, se pone confiadamente en nuestras manos. Dice algo así: Sé que mi esplendor te asusta, que ante mi grandeza tratas de afianzarte tú mismo. Pues bien, vengo por tanto a ti como niño, para que puedas acogerme y amarme.”
Lo que me llamó la atención de ese párrafo es que Dios se convirtió en un niño que “confiadamente se deja tomar en nuestras manos”. ¿Se imaginan eso? Dios confía en nosotros. Nos ama tanto que se humilló hasta el punto de convertirse en un pequeño bebé vulnerable totalmente dependiente de la humanidad. Dios dependiente de la humanidad: ¡eso es amor! Entregarse totalmente a nosotros para que podamos amarlo o “atrevernos” a amarlo. Él es la luz que ha entrado en nuestra oscuridad. Observen el arte en la portada del boletín que elegimos para este fin de semana. Se trata de “La adoración del niño” de Gerard von Honthorst. Observen cómo toda la luz en esta pintura en su mayoría oscura emana del Niño Jesús. Como dice la inscripción sobre el retablo, Cristo es ciertamente la luz del mundo. Nunca más resplandeciente que en aquella noche oscura de Belén, donde el mundo parecía ajeno a este acontecimiento que alteró la historia humana.
A medida que avanza en su homilía, el Papa emérito toca un versículo bastante inocuo que profundiza en lo que debería ser la Navidad y la vida del cristiano:
“Nuevamente me llega al corazón esa palabra del evangelista, dicha casi de pasada, de que no había lugar para ellos en la posada. Surge inevitablemente la pregunta sobre qué pasaría si María y José llamaran a mi puerta. ¿Habría lugar para ellos? Y después nos percatamos de que esta noticia aparentemente casual de la falta de sitio en la posada, que lleva a la Sagrada Familia al establo, es profundizada en su esencia por el evangelista Juan cuando escribe: «Vino a su casa, y los suyos no la recibieron» (Jn 1,11)…¿Tenemos un puesto para Dios cuando él trata de entrar en nosotros? ¿Tenemos tiempo y espacio para él? ¿No es precisamente a Dios mismo al que rechazamos? Y así se comienza porque no tenemos tiempo para Dios. Cuanto más rápidamente nos movemos, cuanto más eficaces son los medios que nos permiten ahorrar tiempo, menos tiempo nos queda disponible. ¿Y Dios? Lo que se refiere a él, nunca parece urgente. Nuestro tiempo ya está completamente ocupado. Pero la cuestión va todavía más a fondo. ¿Tiene Dios realmente un lugar en nuestro pensamiento?
Sí, la pregunta de Dios ya no es urgente porque simplemente no tenemos tiempo para él. ¡Siempre estoy consternado durante la víspera de Navidad y la Navidad de cómo la gente trata de “encajar” la misa entre sus planes de abrir regalos o cenar como si Jesús fuese de alguna manera una ocurrencia tardía en su propio cumpleaños! Si están celebrando el cumpleaños de alguien, ¿no sería lo primero en su lista ver al invitado de honor? Pero ¿tenemos espacio en la posada? ¿Tenemos espacio en nuestros corazones, en nuestros hogares y en nuestras vidas para Jesús? No solo en este día, sino todos los días. María y José necesitaron hacer más espacio para Dios porque básicamente entregaron toda su vida por Jesús y lo colocaron en el centro de sus vidas. Como cristianos, estamos llamados a hacer lo mismo. Estamos llamados a ser como los pastores que al escuchar la noticia alegre del ángel fueron apresuradamente a ver al Señor con lo que el Papa Emérito llamó “santa curiosidad” que lo lleva a preguntarse:
“Tal vez es muy raro entre nosotros que nos apresuremos por las cosas de Dios. Hoy, Dios no forma parte de las realidades urgentes. Las cosas de Dios, así decimos y pensamos, pueden esperar. Y, sin embargo, él es la realidad más importante, el Único que, en definitiva, importa realmente. ¿Por qué no deberíamos también nosotros dejarnos llevar por la curiosidad de ver más de cerca y conocer lo que Dios nos ha dicho? Pidámosle que la santa curiosidad y la santa alegría de los pastores nos inciten también hoy a nosotros, y vayamos pues con alegría allá, a Belén; hacia el Señor que también hoy viene de nuevo entre nosotros.”
Al comenzar esta temporada navideña, oremos por esta “santa curiosidad” para que podamos crecer más en nuestra fe y en la alegría de saber que esta escena del pesebre simboliza cuánto Dios realmente nos ama. Así que, en esta Navidad, los dejo con dos preguntas para reflexionar durante esta temporada santa: ¿Qué espacio ocupa Jesucristo en nuestras vidas? ¿Y cuándo fue la última vez que fuimos “apresuradamente” a encontrarnos con Dios? Si el mundo supiera lo que esos pastores descubrieron en esa noche santa en Belén. Si el mundo tan solo supiera el gozo que proviene de poner a Jesucristo primero y en el centro de nuestras vidas.
Que Dios los bendiga a todos,