3 de Noviembre – XXXI Domingo en el Tiempo Ordinario

Mis queridos amigos, 

Una vez más, los invito a todos a orar esta semana por nuestra nación, mientras nos acercamos al día de las elecciones. El Santísimo Sacramento estará expuesto para adoración en la iglesia de 7:00 am a 7:00 pm mientras las urnas están abiertas el martes 5 de noviembre. Vengan y pasen tiempo con Nuestro Señor en este momento crucial de nuestra historia.

Quiero compartir con ustedes las palabras del Papa San Juan Pablo II cuando dejó nuestro país en septiembre de 1987, solo una semana después de visitarnos aquí en Miami. Su súplica y oración por los Estados Unidos es uno de sus discursos más conmovedores pronunciados en suelo estadounidense. Que estas palabras les brinden consuelo en los próximos días, y recuerden que la única constante que nunca cambiará es Jesucristo realmente presente en Cuerpo, Alma y Divinidad en nuestro altar. ¡A Él siempre sea la gloria!

Del discurso de despedida del Papa Juan Pablo II en Detroit, Michigan, el 19 de septiembre de 1987:

Al partir, me llevo vívidos recuerdos de una nación dinámica, un pueblo cálido y acogedor, una Iglesia bendecida abundantemente con una rica mezcla de tradiciones culturales. Parto con admiración por el espíritu ecuménico que respira con fuerza en toda esta tierra, por el entusiasmo genuino de sus jóvenes y por las aspiraciones esperanzadoras de sus inmigrantes más recientes. Me llevo un recuerdo inolvidable de un país que Dios ha bendecido abundantemente desde el principio hasta ahora.

¡América la hermosa! Así cantáis en una de vuestras canciones nacionales. Sí, América, eres hermosa de verdad, y bendecida de muchas maneras:

¨ en tus majestuosas montañas y fértiles llanuras;

¨ en la bondad y el sacrificio escondidos en tus ciudades rebosantes y suburbios en expansión;

¨ en tu genio para la invención y para el espléndido progreso;

¨ en el poder que utilizas para el servicio y en la riqueza que compartes con los demás;

¨ en lo que dais a los vuestros y en lo que hacéis por los demás más allá de vuestras fronteras;

¨ en cómo servís y en cómo mantenéis viva la llama de la esperanza en muchos corazones;

¨ en vuestra búsqueda de la excelencia y en vuestro deseo de corregir todos los males.

Sí, América, todo esto te pertenece. Pero tu mayor belleza y tu bendición más rica se encuentra en la persona humana: en cada hombre, mujer y niño, en cada inmigrante, en cada hijo e hija nacidos en el país.

Por esta razón, América, tu identidad más profunda y tu carácter más auténtico como nación se revela en la posición que adoptas respecto a la persona humana. La prueba máxima de tu grandeza es la manera en que tratas a cada ser humano, pero especialmente a los más débiles e indefensos.

Las mejores tradiciones de tu tierra presuponen respeto por aquellos que no pueden defenderse por sí mismos. Si quieres justicia igual para todos, y verdadera libertad y paz duradera, entonces, América, ¡defiende la vida! Todas las grandes causas que hoy os propugnan tendrán sentido sólo en la medida en que garantizéis el derecho a la vida y protejáis a la persona humana:

¨ alimentando a los pobres y acogiendo a los refugiados;

¨ reforzando el tejido social de esta nación;

¨ promoviendo el verdadero progreso de la mujer;

¨ asegurando los derechos de las minorías;

¨ persiguiendo el desarme, garantizando al mismo tiempo la legítima defensa; todo esto tendrá éxito sólo si se garantiza el respeto a la vida y su
protección por la ley a todo ser humano desde la concepción hasta la muerte natural.

Toda persona humana -no importa cuán vulnerable o indefensa sea, no importa cuán joven o cuán vieja, no importa cuán sana, discapacitada o enferma, no importa cuán útil o productiva sea para la sociedad- es un ser de inestimable valor creado a imagen y semejanza de Dios. Ésta es la dignidad de América, la razón de su existencia, la condición para su supervivencia; sí, la prueba máxima de su grandeza: respetar a toda persona humana, especialmente a las más débiles e indefensas, a las que aún no han nacido. Con estos sentimientos de amor y esperanza por América, me despido ahora con las palabras que ya pronuncié una vez: “Hoy, por tanto, mi última oración es ésta: que Dios bendiga a América, para que pueda llegar a ser cada vez más—y ser verdaderamente- y permanecer durante mucho tiempo como una sola nación, bajo Dios, indivisible. Con libertad y justicia para todos”.

Que Dios los bendiga a todos. ¡Dios bendiga a América!

San Juan Pablo II, ora por nosotros!

Que Dios los bendiga a todos,

Share This To: