- 23 de Febrero – VII Domingo en el Tiempo Ordinario
Mis Queridos Amigos,
Mientras escribo esta columna a principios de semana, nuestro Santo Padre, el Papa Francisco, está en el hospital de Roma con una infección respiratoria. Todos los días en la Misa, rezamos por el Papa, pero hoy rezamos por su salud y por una pronta recuperación. Durante este Año Santo de jubileo, el Papa Francisco nos ha llamado a centrarnos en la virtud teologal de la esperanza y a ser peregrinos de esperanza. Muchos de nuestros hermanos y hermanas se sienten perdidos, y tal vez tú también te sientas perdido al leer esto, pero el regalo de la esperanza que Cristo nos da nos permite ver las posibilidades divinas de una vida totalmente transformada por nuestro Salvador. Por eso el Año Santo es un tiempo de conversión. El padre David escribió sobre ellos en este boletín la semana pasada. Este rechazo del pecado y el abrazo de la esperanza es transformador y cambia la vida, especialmente cuando se observa el desafío que Cristo nos da en el evangelio de hoy: “ama a tus enemigos”. El Papa Francisco ha hablado a menudo sobre este mandato de nuestro Señor, por lo que cedo el resto de mi columna al Vicario de Cristo:
El Evangelio de este domingo (cf. Lc 6, 27-38) se refiere a un punto central y característico de la vida cristiana: el amor por los enemigos. Las palabras de Jesús son claras: “Yo os digo a los que me escucháis: Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odian, bendecid a los que os maldigan, rogad por los que os difamen” (versículos 27-28) ). Y esto no es una opción, es un mandato. No es para todos, sino para los discípulos, que Jesús llama “a los que me escucháis”. Él sabe muy bien que amar a los enemigos va más allá de nuestras posibilidades, pero para esto se hizo hombre: no para dejarnos así como somos, sino para transformarnos en hombres y mujeres capaces de un amor más grande, el de su Padre y el nuestro. Este es el amor que Jesús da a quienes lo “escuchan”. ¡Y entonces se hace posible! Con él, gracias a su amor, a su Espíritu, también podemos amar a quienes no nos aman, incluso a quienes nos hacen daño.
De este modo, Jesús quiere que en cada corazón el amor de Dios triunfe sobre el odio y el rencor. La lógica del amor, que culmina en la Cruz de Cristo, es la señal distintiva del cristiano y nos lleva a salir al encuentro de todos con un corazón de hermanos. Pero, ¿cómo es posible superar el instinto humano y la ley mundana de la represalia? La respuesta la da Jesús en la misma página del Evangelio: “Sed misericordiosos, como vuestro Padre es misericordioso” (vers. 36). Quien escucha a Jesús, quien se esfuerza por seguirlo aunque cueste, se convierte en hijo de Dios y comienza a parecerse realmente al Padre que está en el cielo. Nos volvemos capaces de cosas que nunca hubiéramos pensado que podríamos decir o hacer, y de las cuales nos habríamos avergonzado, pero que ahora nos dan alegría y paz. Ya no necesitamos ser violentos, con palabras y gestos; nos descubrimos capaces de ternura y bondad; y sentimos que todo esto no viene de nosotros sino de Él, y por lo tanto no nos jactamos de ello, sino que estamos agradecidos.
No hay nada más grande y más fecundo que el amor: confiere a la persona toda su dignidad, mientras que, por el contrario, el odio y la venganza la disminuyen, desfigurando la belleza de la criatura hecha a imagen de Dios…
Que la Virgen María nos ayude a dejarnos tocar el corazón con esta santa palabra de Jesús, ardiente como fuego, que nos transforma y nos hace capaces de hacer el bien sin querer nada a cambio, hacer el bien sin querer nada a cambio, testimoniando en todas partes la victoria del amor. (Angelus 2/23/19)
Señor Jesús, consuela a nuestro Santo Padre en su enfermedad y restáurale la salud. Amén.
Dios los bendiga a todos,
Del Escritorio del Párroco