Mis queridos amigos,
Al celebrar hoy el Bautismo del Señor, he querido centrarme en un aspecto de este sacramento en el que se nos llama por nuestro nombre, porque añade una dimensión personal a este gran misterio. Al comienzo del rito del Bautismo, la primera pregunta que hace el sacerdote o el diácono es: “¿Qué nombre le pones a tu hijo?” Así que allí mismo, los padres que han recibido de Dios este precioso don son llamados a nombrar al niño para que cuando el sacerdote o el diácono lo reciba en la pila bautismal, ese niño pueda ser llamado por su nombre como dice el ministro “(Manuel), yo te bautizo en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”. Estamos llamados por nuestro nombre a formar parte de la familia de Dios: la Santísima Trinidad que está presente en el Evangelio de hoy a orillas del Jordán en la voz del Padre, en la persona de Jesús y en el Espíritu Santo que desciende en forma de paloma. Él nos hace sus hijos y nos llama a una vida de santidad.
Hace algunos años, el Papa Francisco reflexionó sobre este rito de acogida y de nombrar a un niño durante una catequesis que estaba dando:
En primer lugar, en el rito de acogida se pregunta el nombre del candidato, porque el nombre indica la identidad de una persona. Cuando nos presentamos decimos inmediatamente nuestro nombre: «Yo me llamo así», para salir del anonimato, el anónimo es aquel que no tiene nombre. Para salir del anonimato inmediatamente decimos nuestro nombre. Sin nombre se permanece como desconocidos, sin derechos ni deberes. Dios llama a cada uno por el nombre, amándonos individualmente, en la concreción de nuestra historia. El bautismo enciende la vocación personal de vivir como cristianos, que se desarrollará durante toda la vida. E implica una respuesta personal y no prestada con un «copia y pega». La vida cristiana, de hecho, está entretejida por una serie de llamadas y de respuestas: Dios continúa pronunciando nuestro nombre en el transcurso de los años, haciendo resonar de mil maneras su llamado a ser conformes a su Hijo Jesús. ¡Es importante, por lo tanto, el nombre! ¡Es muy importante!
(Audiencia General 4/18/18)
Pero no se detiene ahí. Estamos llamados por nuestro nombre a ser parte de lo que el Papa San Juan Pablo II llama “la gran misión de la Iglesia”. Inmediatamente después de ser bautizados, el sacerdote o diácono unge nuestra cabeza con el crisma para consagrarnos y hacernos parte del ministerio de Cristo. A partir de ese momento, siempre seremos llamados cristianos. El desafío de la fiesta de hoy es preguntarnos si estamos viviendo a la altura de nuestra vocación bautismal y del nombre cristiano. ¿La gente ve en mí a una persona cristiana? ¿Estoy participando activamente en “la gran misión de la Iglesia”? En efecto, en el bautismo, Dios mismo nos llama por su nombre, nos llama por nuestro nombre a formar parte de la familia de Dios y nos llama por nuestro nombre a formar parte de la misión de la Iglesia y a ser “luz para las naciones”. Hoy tenemos el desafío de responder a una pregunta muy simple: ¿Estamos viviendo a la altura de ese llamado?
Dios los bendiga,