Mis queridos amigos,
“¿Qué debo hacer para heredar la vida eterna?” (Marcos 10:17)
Todos vamos a Misa porque tenemos esta pregunta. Todos anhelamos y tenemos hambre de lo trascendente, de algo más grande que nosotros mismos. Queremos lo que el joven del Evangelio quiere: queremos la inmortalidad, y afortunadamente, el joven ha ido a la fuente de la inmortalidad en el mismo Jesús. Pero analicemos este encuentro: el hombre corre hacia Jesús, se arrodilla ante él y le hace esta pregunta. Jesús le dice que obedezca los mandamientos. Y aquí está la cuestión: este es, a todas luces, un buen hombre porque dice que ha seguido los mandamientos desde su juventud. Es un buen hombre que necesita sólo una pequeña cosa para superar un obstáculo y llegar al cielo: debe vender todo lo que tiene. Lo que Jesús sabe es que este hombre está poseído por sus posesiones. Lo material es lo que impide al joven alcanzar la grandeza. Aquí está el hermoso detalle que agrega San Marcos: Jesús lo miró, lo amó y le dijo que se desprendiera de lo material para acumular tesoros en el cielo. Pero no pudo hacerlo, y nos quedamos con la escena desgarradora del joven que se aleja triste, con el rostro abatido, porque tenía demasiadas posesiones.
Entonces, ¿dónde nos deja eso? Al igual que los discípulos, vemos este encuentro con Jesús y el joven y pensamos: “Si este buen hombre que sigue los mandamientos no puede salvarse, ¿qué posibilidades tenemos nosotros?” Obviamente los discípulos no fueron tan dramáticos, pero estaban preocupados por su salvación. Jesús aplicó la importancia de desprenderse de su riqueza a este joven en particular. Para nosotros puede ser algo diferente. ¿Qué nos impide alcanzar la grandeza espiritual? Seamos realistas: conocemos los mandamientos. Sabemos distinguir el bien del mal. Sabemos lo que debemos hacer.
Tenemos el deseo, pero ¿por qué no lo llevamos a cabo? Porque no queremos eliminar ciertas cosas de nuestras vidas. El joven no pudo dejar de lado una cosa muy importante de su vida, ¡incluso
después de que Jesús lo mira con amor! Jesús quiere comunicarle este amor, pero sus posesiones no le permiten ser desinteresado, libre, vivir una vida totalmente santa. Jesús le pidió mucho a este joven en particular, pero no nos pide mucho a nosotros en este momento: observar los mandamientos y yo agregaría: hacer solamente una cosa espiritual bien. Por ejemplo: venir a Misa todos los domingos y llegar a tiempo e irse después de que el sacerdote se vaya para dedicar toda esa hora al Señor. ¿Por qué sigo insistiendo en eso? Porque creo, no, estoy convencido de que este es el camino hacia la alegría pura y el crecimiento como parroquia. Este es el camino que no nos va a llevar a marcharnos tristes como este joven. Tenemos que fijar esta única cosa como parroquia: la dedicación a la Eucaristía todos los domingos (¡y llegar a tiempo!). Entonces Jesús comenzará a pedir más porque estaremos listos para asumir más. Pero ahora mismo, como comunidad, seamos constantes con nuestra asistencia a Misa. Seamos constantes con el tiempo que le dedicamos a Dios. Dejemos de lado los excesos, las distracciones y hagamos bien esta única cosa. Jesús estaba dispuesto a llamar a este hombre a la grandeza espiritual y está dispuesto a hacer lo mismo con nosotros.
Que Dios los bendiga a todos,