14 de Abril – III Domingo de Pascua

Mis Queridos Amigos,

Este fin de semana, los niños de nuestra parroquia empiezan a recibir su Primera Comunion. Es una epoca bella en la vida de nuestra parroquia y les ruego que rezen por estas criaturas pequeñas que se acercan al altar por primera vez.

Acaso se acuerdan de su Primera Comunion? Se alzan los ojos a la izquierda de nuestra iglesia esta el hermoso vitral de “La Comunion de la Pequeña Flor.” Santa Teresita en su autobiografía recuerda con lujo de detalle el dia de su Primera Comunion y le ofrezco a su meditación estas lineas de nuestra patrona para que mediten sobre la importancia de este día:

Finamente llegó el más hermoso de los días. ¡Qué inefables recuerdos han dejado en mi alma hasta los más pequeños detalles de esta jornada de cielo…! El gozoso despertar de la aurora, los besos respetuosos y tiernos de las profesoras y de las compañeras mayores… La gran sala repleta de copos de nieve, con los que nos iban vistiendo a las niñas una tras otra. Y sobre todo, la entrada en la capilla y el precioso canto matinal «¡Oh altar sagrado, que rodean los ángeles!» 

Pero no quiero entrar en detalles. Hay cosas que si se exponen al aire pierden su perfume, y hay sentimientos del alma que no pueden traducirse al lenguaje de la tierra sin que pierdan su sentido íntimo y celestial. Son como aquella «piedra blanca que se dará al vencedor, en la que hay escrito un nombre nuevo que sólo conoce el que la recibe». 

¡Qué dulce fue el primer beso de Jesús a mi alma…! Fue un beso de amor. Me sentía amada, y decía a mi vez: «Te amo y me entrego a ti para siempre». 

No hubo preguntas, ni luchas, ni sacrificios. Desde hacía mucho tiempo, Jesús y la pobre Teresita se habían mirado y se habían comprendido… Aquel día no fue ya una mirada, sino una fusión. Ya no eran dos: Teresa había desaparecido como la gota de agua que se pierde en medio del océano. Sólo quedaba Jesús, él era el dueño, el rey. ¿No le había pedido Teresa que le quitara su libertad, pues su libertad le daba miedo? ¡Se sentía tan débil, tan frágil, que quería unirse para siempre a la Fuerza divina…! 

Su alegría era demasiado grande y demasiado profunda para poder contenerla. Pronto la inundaron lágrimas deliciosas, con gran asombro de sus compañeras, que más tarde comentaban entre ellas: «-¿Por qué lloraba? ¿Habría algo que la atormentaba? -No, sería porque no tenía a su madre a su lado, o a su hermana la carmelita a la que tanto quiere». No comprendían que cuando toda la alegría del cielo baja a un corazón, este corazón desterrado no puede soportarlo sin deshacerse en lágrimas… 

Por la tarde, fui yo la encargada de pronunciar el acto de consagración a la Santísima Virgen. Era justo que yo, que había sido privada tan joven de la madre de la tierra, hablase en nombre de mis compañeras a mi Madre del cielo. Puse toda mi alma al hablarle y al consagrarme a ella, como una niña que se arroja en los brazos de su Madre y le pide que vele por ella. Y creo que la Santísima Virgen debió de mirar a su florecita y sonreírle. ¿No la había curado ella con su sonrisa visible…? ¿No había ella depositado en el cáliz de su florecita a su Jesús, la Flor de los campos y el Lirio de los valles…? 

Al atardecer de aquel hermoso día, volví a encontrarme con mi familia de la tierra. Ya por la mañana, después de Misa, había abrazado a papá y a todos mis queridos parientes. Pero ahora fue la verdadera reunión. Papá, tomando de la mano a su reinecita, se dirigió al Carmelo… Allí vi a mi Paulina, convertida en esposa de Cristo. La vi con su velo, blanco como el mío, y con su corona de rosas… ¡Fue una alegría sin amarguras! ¡Esperaba reunirme pronto con ella, y esperar juntas el cielo! 

No fui insensible a la fiesta de familia que tuvo lugar en aquel atardecer de mi primera comunión. El precioso reloj que me regaló mi rey me gustó muchísimo. Pero mi alegría era serena, y nada vino a turbar mi paz interior. 

María me acostó con ella la noche que siguió a aquel hermoso día, pues a los días más radiantes les sigue la oscuridad, y sólo el día de la primera, de la única, [36ro] de la eterna comunión del cielo será un día sin ocaso… (“Historia de Un Alma” de Santa Teresita de Lisieux)

Los niños de nuestra parroquia empiezan a probar este delícia eterna este fin de semana. Que todos podamos acercarnos al altar para comulgar con la misma Inocencia y fe de Santa Teresita y de nuestros niños que miran mas alla de lo que se ve y solamente contemplan a su “Maestro y Rey.”

Que Dios los bendiga a todos,

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