19 de Septiembre – XXV Domingo del Tiempo Ordinario

Mis Queridos Amigos,

Hace algunos años, me desperté un domingo por la mañana para ver un mensaje de mi antiguo director espiritual que decía: “Deseo que te encuentres con Cristo en tu pequeñez en tu ser vulnerable”. Esto encaja perfectamente con las lecturas de hoy, especialmente la parte sobre ser el “último de todos”. Esto es algo que es tan difícil de comprender para nosotros porque vivimos en un mundo donde ser el más grande y ser el mejor es glorificado. Pero, sin embargo, miramos hacia arriba y contemplamos a Cristo en su gloria en la cruz cuando era más vulnerable, cuando se había convertido literalmente en el último y en el siervo de todos.

Por segunda vez en tantas semanas, Jesús predice/anuncia su pasión y, una vez más, los discípulos no entienden de qué estaba hablando. En cambio, comienzan a discutir sobre quién sería el más grande. Después de todo, si el Señor no va a estar allí, uno de ellos tenía que ser el primero, ¿verdad? Parece que la lucha por el poder ha existido por tanto tiempo como los humanos. Todo lo que vemos en nuestros televisores en estos días son personas que se aferran al poder e incluso en nuestros entornos laborales y escolares siempre hay personas que buscan tomar el poder, colocarse en la cima y, a veces, dominar este poder sobre los demás. Jesús recuerda a los discípulos que no debe ser así con ellos, porque si realmente quieren ser los más grandes, tienen que ser los últimos y los siervos de todos.

“Deseo que te encuentres con Cristo en tu pequeñez en tu ser vulnerable”. ¿Dónde encontramos a Cristo? La semana pasada, Jesús habló de negarse a sí mismo para seguirlo. Cuando nos despojamos de nuestra vanidad, orgullo, egoísmo y ego, ¿con qué nos quedamos? Cuando nos encontramos con Cristo en nuestro ser vulnerable, nos hemos convertido en los más pequeños de todos, y ahora estamos abiertos a recibir las bendiciones que Él desea otorgarnos. Aquí es donde realmente lo encontramos. Él desea que no nos esforcemos por el poder, porque la verdadera grandeza se encuentra en ponernos últimos y servir a los demás. Lo encontramos en los anawim: los pequeños de Dios. Es por eso por lo que colocó a un niño en medio de los discípulos. Un niño personifica nuestra pequeñez y nuestro yo vulnerable porque un niño en el tiempo de Jesús era el más vulnerable de todos. Tenemos que llegar a ser como niños para abrazar y entender plenamente a Cristo, porque es sólo la inocencia de un niño que entiende completamente quién es Jesús realmente: más grande y poderoso que cualquiera de nosotros. Los niños no tienen los delirios de grandeza que tenemos y podemos obtener a través de la vida por nuestra cuenta. Son plenamente conscientes de que dependen de sus padres, sus maestros y “gente grande”. Cuando nos damos cuenta de que debemos acercarnos a Dios de la misma manera, entonces hemos dado un salto gigantesco en nuestra vida espiritual. Es al recibir a estos pequeños de Dios: los pobres, los enfermos, los marginados y los niños, que recibimos a Dios mismo. Una vez más, nuestro Señor nos llama a negarnos a nosotros mismos, a no pensar en las cosas de este mundo, sino a simplemente hacernos “pequeños” para encontrarlo y servir mejor a nuestros hermanos y hermanas en Cristo.

Más sobre seguir esta “manera pequeña” en las próximas semanas …

¡Que Dios los bendiga a todos!

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