24 de Diciembre – IV Domingo de Adviento

Mis queridos amigos, 

¿Cómo no asombrarse al contemplar las maravillas del amor de Dios por nosotros?

Nos reunimos esta Navidad para ver a Dios hacerse vulnerable por nosotros en el niño Jesús. Dios no sólo envió a su único Hijo para redimir a la humanidad, sino que asumió nuestra humanidad para santificarnos, para unirnos a lo Divino y para perfeccionar lo que nuestro pecado había deformado. ¿Cómo no estar asombrados? Dios se vuelve totalmente dependiente de una joven Virgen y de su esposo, un humilde carpintero judío. El pesebre provoca una reacción en nosotros: no solo la vulnerabilidad de un niño recién nacido, sino el amor que rodea a este niño de nuestra Santísima Madre y su castísimo esposo.

Allí, en un rincón oscuro y silencioso de Belén, rodeado por Su creación, Dios se humilló a sí mismo y asumió el estado caído de la humanidad. San Juan de la Cruz en uno de sus poemas ensalzaba la grandeza de este momento en un intercambio entre el Padre y el Hijo justo antes de la
Encarnación:

Ya que el tiempo era llegado
en que hacerse convenía
el rescate de la esposa,
que en duro yugo servía

debajo de aquella ley
que Moisés dado le había,
el Padre con amor tierno
de esta manera decía:
­Ya ves, Hijo, que a tu esposa

a tu imagen hecho había,
y en lo que a ti se parece
contigo bien convenía;
pero difiere en la carne
que en tu simple ser no había

En los amores perfectos
esta ley se requería:
que se haga semejante
el amante a quien quería;
que la mayor semejanza

más deleite contenía;
el cual, sin duda, en tu esposa
grandemente crecería
si te viere semejante
en la carne que tenía.

­Mi voluntad es la tuya
­el Hijo le respondía­,
y la gloria que yo tengo
es tu voluntad ser mía,
y a mí me conviene, Padre,

lo que tu Alteza decía,
porque por esta manera
tu bondad más se vería;
veráse tu gran potencia,
justicia y sabiduría;

iré lo a decir al mundo
y noticia le daría
de tu belleza v dulzura
y de tu soberanía.
Iré a buscar a mi esposa,

y sobre mí tomaría
sus fatigas y trabajos,
en que tanto padecía;
y porque ella vida tenga,
yo por ella moriría,

y sacándola del lago
a ti te la volvería.

Y así sucedió que “había llegado la plenitud de los tiempos, y envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiésemos la adopción” (Gálatas 4:4-5). No hay historia de amor más grande jamás escrita, compuesta, cantada o pensada tan grande como el amor entre nuestro Dios y la humanidad. Él, que es Amor, nos creó para amar. Y cuando en el principio ese amor fue rechazado y deformado, fue necesario que el Amor mismo se hiciera humano para mostrarnos cómo amar.

Esta Navidad, estamos invitados a formar parte del magnífico intercambio entre Dios y su creación que se desarrolla en el pesebre en esa noche silenciosa. Como nos dijo el Papa Francisco a principios de este mes: “Antes de cualquier nacimiento, incluso los que hacemos en nuestras propias casas, revivimos lo que sucedió en Belén hace más de dos mil años; Y esto debería despertar en nosotros el anhelo de silencio y de oración, en nuestra vida cotidiana, que frecuentemente vivimos agitada. Silencio, para poder escuchar lo que Jesús nos dice desde la singular “cátedra” del pesebre. Oración, para expresar asombro agradecido, ternura, tal vez las lágrimas que el pesebre despierta en nosotros. Y en todo esto, está el modelo de María: ella no dice nada, sino que contempla y adora”. (9/12/23)

Damos la bienvenida a todos a Little Flower mientras nos reunimos para compartir el regalo de la Eucaristía esta Navidad. ¡No hay regalo más grande! Saludamos de manera especial a nuestros visitantes, muchos de los cuales han viajado grandes distancias para unirse a nosotros en este día santo. Oramos para que se sienta como en casa en la presencia del Santísimo Sacramento. Los sacerdotes y religiosas desean a todos una Bendita Navidad, rezando para que todos seamos uno con el Divino Niño que nació el día de Navidad y nos asombremos de las maravillas del amor de Dios.

¡Feliz Navidad!

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