29 de Septiembre – XXVI Domingo en el Tiempo Ordinario

Mis queridos amigos, 

Esta próxima semana celebramos la fiesta de nuestra patrona, Santa Teresita del Niño Jesus, la Pequeña Flor. Sigo descubriendo tanta sabiduría cada vez que abro su “Historia de un alma”, tanta brillantez espiritual en una mujer tan joven, y con tanta visión de cómo convertirse en una santa.  

Hace unos días, estaba hablando con un feligrés y le decía que mi única preocupación en esta vida, mi única preocupación como párroco de esta gran parroquia es la salvación de todas y cada una de sus almas. En otras palabras, mi única preocupación es que, por medio de mi sacerdocio, yo ayudo a cada uno de ustedes a convertirse en santos. ¿Ambicioso? ¡Sí! ¿Imposible? ¡Absolutamente no! Santa Teresa nuestra patrona nos muestra el camino.  

Mientras me preparaba para escribir estas palabras, abrí su autobiografía y esta es la primera página que vi:  

“Dios me daba a entender que la verdadera gloria es la que ha de durar para siempre y que para alcanzarla no es necesario hacer obras deslumbrantes, sino esconderse y practicar la virtud de manera que “la mano izquierda no sepa lo que hace la derecha”… Pensé que había nacido para la gloria, y, buscando la forma de alcanzarla, Dios me inspiró comprender que mi gloria no brillaría ante los ojos de los mortales, sino que consistiría en ¡llegar a ser una gran santa!  

Este deseo podría parecer temerario, si se tiene en cuenta lo débil e imperfecta que yo era, y que aún soy después de siete años vividos en religión. No obstante, sigo teniendo la misma confianza audaz de llegar a ser una gran santa, pues no me apoyo en mis méritos —que no tengo ninguno—, sino en Aquel que es la Virtud y la Santidad mismas. Sólo él, contentándose con mis débiles esfuerzos, me elevará hasta él y, cubriéndome con sus méritos infinitos, me hará santa.

Señor Jesús, haznos santos. Haznos ser una parroquia anhelando la santidad.  

Esta oración sencilla refleja la simplicidad de Teresa. No necesitamos oraciones largas ni gestos grandiosos para ser santos. Lo que necesitamos es la gracia de Dios por encima de todas las cosas. Sí, algunos más que otros empezando con su párroco. Y algunos pueden pensar que la santidad es aburrida y sosa, pero todo lo que tienen que hacer es ver la alegría y la sencillez de nuestras monjitas Carmelitas, una comunidad a la que pertenecía Santa Teresa. Su alegría es contagiosa. Su alegría es divina. Tienen un amor tan grande para el sacerdocio. Todos los Jueves Santo, nuestras Hermanas Carmelitas acudieron a la rectoría para darle una serenata a nuestros sacerdotes y agradecer nuestro sacerdocio. En día, agradezco a nuestras Carmelitas por el amor por sus sacerdotes y por todas las horas que pasan en oración por nosotros. Nos brindan su apoyo mientras anhelamos salvar almas.  

Santa Teresita también se preocupó por salvar almas perdidas. Ella anhelaba ir en misiones, pero estaba confinada a su monasterio, por lo que nos enseña que debemos anhelar la santidad para conquistar las almas para Cristo con nuestro ejemplo. Ahora más que nunca, necesitamos una Iglesia llena de santos. “No estoy confiando en mis propios méritos, porque no tengo ninguno; pero confío en Aquel que es virtud y santidad en sí mismo”. No podemos hacer esto por nuestra cuenta. Sólo Dios puede lograr en nosotros lo que consideramos imposible. Y Teresa pasará su eternidad derramando rosas sobre esta parroquia que la honra y rezando que logremos esta meta alta pero alcanzable. Seamos mansos y sencillos como lo fue nuestra patrona, y que nuestra oración de este día sea simplemente:  

Señor Jesús, haznos santos. Haznos ser una parroquia anhelando la santidad.  

Que Dios los bendiga a todos,

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