Mis queridos amigos,
¡Feliz día de la Sagrada Familia! Espero que hayan tenido una hermosa Navidad la semana pasada. Nuestras Misas rebosaron cuando amigos, jóvenes y mayores, vinieron a nuestra hermosa iglesia para rendir homenaje al Niño Rey. Debo agradecer a todos los que hicieron que la Noche Buena y el día de Navidad fueran un gran éxito, empezando por aquellos que decoraron nuestra iglesia para que se viera tan hermosa, a nuestros increíbles coros y a todos los ministros litúrgicos que ayudaron en un fin de semana tan ajetreado. Sus sacerdotes están naturalmente cansados pero encantados de ver a tanta gente. En nombre de todos los sacerdotes que sirven aquí, también queremos agradecer a todos los feligreses que nos trajeron regalos o alimentos a la rectoría durante las últimas dos semanas. No podemos agradecerle lo suficiente su generosidad. Y como su párroco, quiero agradecerles a todos ustedes que hicieron ofrendas navideñas tan generosas la semana pasada y también a los que contribuyeron a la campaña del centenario.
En este día dedicado a la Sagrada Familia, quisiera compartir una reflexión del Papa San Juan Pablo II que ofreció sobre la familia en este mismo día hace 23 años durante el Gran Jubileo del Año 2000:
En el clima de alegría, propio de la Navidad, celebramos hoy la fiesta de la Sagrada Familia. Este año cae el 31 de diciembre, último día del año. ¿No es providencial que el año 2000, el que cierra un milenio, concluya bajo el signo de la familia?
Desde el belén nuestra mirada se dirige idealmente a la humilde morada de Nazaret. Jesús, que se hizo nuestro hermano, quiso vivir la experiencia de la familia. Así se insertó en la primera y fundamental célula de la sociedad, dando de este modo un reconocimiento de validez perenne a la más común entre las instituciones humanas.
Para nosotros, creyentes, la familia, reflejo de la comunión trinitaria, tiene como modelo a la de Nazaret, en cuyo seno se desarrolló la historia humana del Redentor y de sus padres. Pensemos en las dificultades que María y José debieron afrontar con ocasión del nacimiento de Jesús; y, luego, durante su exilio en Egipto, para huir de la persecución de Herodes. Nazaret ha llegado a ser también el símbolo de la “normalidad” de la vida diaria, característica de la existencia de toda familia.
Al contemplar hoy esa casa santa, el pensamiento va a las numerosas familias que, en nuestro tiempo, se hallan en situaciones difíciles. Algunas están marcadas por una pobreza extrema; otras se ven obligadas a buscar en países extranjeros lo que, por desgracia, les falta en su patria; y otras, incluso, encuentran en su seno serios problemas a causa de la rápida transformación cultural y social que a veces las trastorna. Y ¿qué decir de los numerosos atentados contra la institución misma de la familia? Todo esto muestra cuán urgente es redescubrir el valor de la familia y ayudarle, con todos los medios posibles, a ser, como Dios la quiso, ambiente vital donde cada niño que viene al mundo sea acogido desde su concepción con ternura y gratitud; lugar donde se respire un clima sereno que favorezca en todos sus miembros un armonioso desarrollo humano y espiritual.
La Sagrada Familia, que hoy veneramos, obtenga este don a cada hogar y le ayude a ser una pequeña “iglesia doméstica”, escuela de virtudes humanas y religiosas…
Mientras se cierra este año, invoquemos el perdón del Señor por las faltas que han marcado nuestra existencia personal y comunitaria. Sólo de este modo la acción de gracias por los múltiples beneficios recibidos podrá ser auténtica y sincera.
Les deseo a todos muchas bendiciones particularmente a las familias al comenzar un año nuevo.
¡Feliz Año Nuevo!