Mis Queridos Amigos,
Quietud. El Adviento debe ser una época marcada por la quietud y el silencio. Estamos esperando, y, sin embargo, nuestros corazones están llenos de desorden y confusión. Durante esta época del año, estamos llamados a estar en tantas fiestas y eventos, a comprar regalos para un cierto número de personas, y nunca nos acercamos a la quietud y el silencio que nuestros corazones requieren para acoger al Señor.
¡Ah, pero este año tenemos una excusa! Este año, debido a la pandemia, probablemente necesitemos cortar parte de la grasa del hueso navideño y aprovechar las restricciones impuestas en nosotros para limitarnos a Cristo solamente. El pasado Día de Acción de Gracias, muchas personas me decían lo hermosas y sencillas que fueron sus cenas de Acción de Gracias porque estaban reducidas y porque pudieron centrarse únicamente en dar gracias. Ahora tomemos esa mentalidad en el Adviento mientras nos preparamos para recibir al Señor.
¿Por qué tenemos que estar quietos? Sé que no queremos mirar hacia atrás en los primeros meses de la pandemia, pero cuando estábamos encerrados, por así decirlo, estábamos limitados a nuestros hogares. Obviamente, no extraño esos meses, pero echo de menos el silencio en nuestro vecindario. Por lo general, se oyen los carros corriendo a alta velocidad o el sonido de máquinas de cortar la hierba en la distancia, pero escuchar y experimentar el silencio permitió que el corazón de uno estuviese quieto, que se concentrara, que estuviese abierto para recibir al Señor.
Hagan tiempo para el silencio en este Adviento. Hagan tiempo para escuchar sólo los susurros de nuestro Dios. Abran la Palabra de Dios en este momento de necesidad donde necesitamos al Señor más que nunca. Lean las Escrituras de Adviento. El domingo pasado oímos: ¿Por qué, Señor, nos has permitido alejarnos de tus mandamientos y dejas endurecer nuestro corazón hasta el punto de no temerte? Vuélvete, por amor a tus siervos. Ojalá rasgaras los cielos y bajaras.” (Isaías 63)
Nuestros corazones se han endurecido.Debemos permitir que el Espíritu moldee nuestros corazones y los prepare para recibir la Palabra encarnada de Dios. En la quietud y el silencio de este tiempo de Adviento, aspiremos no sólo a recibir al niño-Cristo, sino a ser como Él: manso, inocente, santo.
No vamos a encontrar al Señor en los centros comerciales o incluso en línea cuando compramos cosas virtualmente. Lo encontraremos en esta Iglesia tranquila. Está abierta todos los días. Cuando la Misa o uno de los sacramentos no se están celebrando, los espera para abrazarlos con su silencio. Muchas veces la gente al acercarse, son cautivados por su belleza y luego abrumados por el silencio. Se sientan. Quieren pasar sólo uno o dos minutos y sin darse cuenta, han pasado treinta minutos o una hora. Cuando uno está en la presencia de Dios, y lo que es más importante, verdaderamente frente a Dios, entonces el tiempo no tiene sentido. El encuentro con lo Divino, el encuentro con el silencio es más importante que lo que pueda decir el reloj.
Este Adviento hagamos tiempo para la quietud y el silencio, y observemos la venida del Señor con nuestra Santísima Madre, quien en silencio dijo sí a Jesús y nos enseña a hacer lo mismo.
Que Dios los Bendiga a Todos,