8 de Enero – Solemnidad de la Epifania del Señor

Mis queridos amigos, 

Mientras celebramos la Epifanía, quería compartir mi homilía del día de Año Nuevo para aquellos que no la escucharon y ofrecer una reflexión para aquellos que sí lo hicieron para meditar sobre dos cosas: Entrega y Obediencia. También ofrece una reflexión sobre el Papa emérito Benedicto XVI, cuyo fallecimiento todavía lamentamos como Iglesia. 

“María guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón” (Lc 2, 19). 

Al comenzar (el cierre de un año) un nuevo año, hay dos palabras que he estado meditando en oración durante esta octava navideña: entrega y obediencia. Dos palabras que cobran vida al contemplar la maravilla de un pesebre. Es una escena simple. Un Divino Niño con su Virgen Madre y su casto esposo. En este primer día del año, celebramos la maternidad de María. La que se rindió a la voluntad de Dios y fue obediente a ella. Como escuchamos hace dos domingos en el evangelio, José también se rindió cuando obedeció al ángel y llevó a María a su casa. Lo haríamos bien siguiendo los ejemplos de María y José en el año nuevo. Totalmente sumiso a la voluntad de Dios. 

Este día, llegamos a la iglesia con el corazón un poco pesado porque cuando un nuevo año estaba a punto de amanecer, la Iglesia Católica perdió a un párroco gentil, el Papa Emérito Benedicto XVI. Era un Papa reacio, pero como Pedro, su predecesor, abrazó la cruz que el Señor le pidió que llevara. Pasó su vida enseñándonos, y hacia el final de su vida, cuando la mayoría de nosotros estamos listos para retirarnos, se le dio el púlpito del papado para amplificar los dones de sabiduría y conocimiento teológico que le otorgó el Espíritu Santo. Aquí había un hijo fiel de la Iglesia que se rindió a la voluntad de Dios y fue obediente. Esta obediencia y fidelidad a su esposa, la Iglesia, lo llevó a tomar una de las decisiones más heroicas de la historia del papado. Al darse cuenta de que su salud era demasiado frágil, le entregó las llaves de San Pedro a otra persona mientras aún respiraba. Algo que no se hacía desde el 1415. Y, sin embargo, continuó sirviendo a la Iglesia prometiendo obediencia a su sucesor y orando por nosotros durante los últimos nueve años en soledad en un pequeño monasterio en los Jardines del Vaticano. 

Entrega y obediencia. El Papa Benedicto quisiera que volviéramos nuestra atención a María en este día mientras buscamos hacer de estas palabras parte de nuestro régimen espiritual diario. El evangelio dice que cuando María oyó a los pastores decirles el mensaje que habían oído del ángel; ella guardó todas estas cosas y las meditó en su corazón. Aquí cederé a la brillantez del Papa Benedicto para explicar lo que significa este versículo: 

El verbo griego usado, sumbállousa, en su sentido literal significa “poner juntamente”, y hace pensar en un gran misterio que es preciso descubrir poco a poco.   

El Niño que emite vagidos en el pesebre, aun siendo en apariencia semejante a todos los niños del mundo, al mismo tiempo es totalmente diferente: es el Hijo de Dios, es Dios, verdadero Dios y verdadero hombre. Este misterio —la encarnación del Verbo y la maternidad divina de María— es grande y ciertamente no es fácil de comprender con la sola inteligencia humana.   

Sin embargo, en la escuela de María podemos captar con el corazón lo que los ojos y la mente por sí solos no logran percibir ni pueden contener. En efecto, se trata de un don tan grande que sólo con la fe podemos acoger, aun sin comprenderlo todo. Y es precisamente en este camino de fe donde María nos sale al encuentro, nos ayuda y nos guía. Ella es madre porque engendró en la carne a Jesús; y lo es porque se adhirió totalmente a la voluntad del Padre. San Agustín escribe: “Ningún valor hubiera tenido para ella la misma maternidad divina, si no hubiera llevado a Cristo en su corazón, con una suerte mayor que cuando lo concibió en la carne” (De sancta Virginitate  3, 3). Y en su corazón María siguió conservando, “poniendo juntamente”, los acontecimientos sucesivos de los que fue testigo y protagonista, hasta la muerte en la cruz y la resurrección de su Hijo Jesús.   

Queridos hermanos y hermanas, sólo conservando en el corazón, es decir, poniendo juntamente y encontrando una unidad de todo lo que vivimos, podemos entrar, siguiendo a María, en el misterio de un Dios que por amor se hizo hombre y nos llama a seguirlo por la senda del amor, un amor que es preciso traducir cada día en un servicio generoso a los hermanos.  Ojalá que el nuevo año, que hoy comenzamos con confianza, sea un tiempo en el que progresemos en ese conocimiento del corazón, que es la sabiduría de los santos. (Homilía 1/1/2008) 

Como María, que este nuevo año nos encuentre “reconstruyendo” el misterio de quién es Jesús para que podamos imitarlo.  Sólo podemos hacerlo de una manera: rendiéndonos y siendo obedientes como María, nuestra Madre.  El otro día escuché una frase en una homilía de un hermano sacerdote que decía, y estoy parafraseando, “solo podemos estar alegres si entregamos nuestra existencia a Jesucristo”.  Suena drástico, pero eso es lo que se requiere del cristiano.  En este nuevo año, entrega tu existencia a Jesús. Vimos a María y José hacerlo radicalmente en los evangelios.  Y en esta tierra, vimos a un hombre sencillo y tranquilo de Alemania entregar todo lo que tenía a Jesucristo para proclamar su gloria.  Concédele el descanso eterno a tu siervo Benito, oh Señor, y deja que la luz perpetua brille sobre él.

Que Dios los bendiga a todos,

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