9 de abril – Domingo de Pascua de la Resurreccion

Mis queridos amigos, 

¡Felices Pascuas! Le damos la bienvenida a todos a la Iglesia de Santa Teresita para nuestra celebración de la Resurrección de nuestro Señor, y damos una bienvenida en especial a todos nuestros hermanos y hermanas que nos visitan desde fuera de la ciudad y han venido a adorar con nuestra comunidad de fe. 

El gozo de la resurrección ciertamente llena al mundo entero y llena este santo lugar hoy en día mientras temblamos de gozo porque nuestro Salvador ha vencido el pecado y la muerte. La alegría de la Pascua debe estar siempre en el corazón de cada cristiano. Es el misterio central de nuestra fe, porque como escribe San Pablo: “y si Cristo no resucitó, el mensaje que predicamos no vale para nada, ni tampoco vale para nada la fe que ustedes tienen. (1 Co 15,14)”. ¡Pero Cristo ciertamente ha resucitado! Como la secuencia de Pascua que escucharemos este día proclama: “¿Qué has visto de camino, María, en la mañana? A mi Señor glorioso, la tumba abandonada, los ángeles testigos, sudarios y mortaja. ¡Resucitó de veras mi amor y mi esperanza!”

Ahora es el momento de llevar estas buenas nuevas con nosotros. Nuestro mundo necesita escuchar el mensaje salvífico de Cristo resucitado. Como María Magdalena, que fue el primer testigo de la Resurrección, debemos ir como ella y contar a los demás lo que hemos visto, lo que hemos oído, lo que hemos experimentado en este día. 

Nuestro querido Papa Benedicto XVI, que recientemente partió a la casa del Padre, una vez predicó el Domingo de Pascua: 

Todo cristiano revive la experiencia de María Magdalena. Es un encuentro que cambia la vida: el encuentro con un hombre único, que nos hace sentir toda la bondad y la verdad de Dios, que nos libra del mal, no de un modo superficial, momentáneo, sino que nos libra de él radicalmente, nos cura completamente y nos devuelve nuestra dignidad. He aquí por qué la Magdalena llama a Jesús «mi esperanza»: porque ha sido Él quien la ha hecho renacer, le ha dado un futuro nuevo, una existencia buena, libre del mal. «Cristo, mi esperanza», significa que cada deseo mío de bien encuentra en Él una posibilidad real: con Él puedo esperar que mi vida sea buena y sea plena, eterna, porque es Dios mismo que se ha hecho cercano hasta entrar en nuestra humanidad. (Papa Benedicto XVI, Urbi et Orbi, 4/12/12) 

¡Cristo es ciertamente nuestra esperanza! Como el amanecer de la primavera, el amanecer de esta mañana de Pascua trae consigo una esperanza nueva, una vida nueva, un comienzo nuevo, que nosotros, como pecadores, estamos constantemente sedientos por tener. Hace tres años, durante una de nuestras horas más oscuras, el Papa Francisco habló de esta esperanza: 

Al amanecer, las mujeres fueron al sepulcro. Allí, el ángel les dijo: «Vosotras, no temáis […]. No está aquí: ¡ha resucitado!» (vv. 5-6). Ante una tumba escucharon palabras de vida… Y después encontraron a Jesús, el autor de la esperanza, que confirmó el anuncio y les dijo: «No temáis» (v. 10). No temáis, no tengáis miedo: He aquí el anuncio de la esperanza. Que es también para nosotros, hoy. Son las palabras que Dios nos repite en la noche que estamos atravesando. 

En esta [día] conquistamos un derecho fundamental, que no nos será arrebatado: el derecho a la esperanza; es una esperanza nueva, viva, que viene de Dios. No es un mero optimismo, no es una palmadita en la espalda o unas palabras de ánimo de circunstancia, con una sonrisa pasajera. No. Es un don del Cielo, que no podíamos alcanzar por nosotros mismos: Todo irá bien, decimos constantemente estas semanas, aferrándonos a la belleza de nuestra humanidad y haciendo salir del corazón palabras de ánimo. Pero, con el pasar de los días y el crecer de los temores, hasta la esperanza más intrépida puede evaporarse. La esperanza de Jesús es distinta, infunde en el corazón la certeza de que Dios conduce todo hacia el bien, porque incluso hace salir de la tumba la vida. (Papa Francisco, Homilía de la Vigilia Pascual, 2020) 

Al igual que Jesús, nosotros también resucitamos en este día, pero de la muerte del pecado y renacemos por las aguas vivificantes del bautismo mientras renovamos nuestras promesas bautismales como lo hacemos cada Domingo de Pascua. Sirven como un recordatorio de que estamos llamados a compartir la esperanza de Cristo resucitado con el mundo. 

Gracias por celebrar con nosotros durante esta Semana Santa y Domingo de Pascua. Llevemos ahora el mensaje de Cristo, nuestra esperanza, a un mundo cada vez más secular, a un mundo que ha olvidado cómo tener esperanza, a un mundo que necesita testigos audaces de la resurrección: ¡testigos de esperanza como ustedes! 

¡Felices Pascuas! 

Que Dios los bendiga a todos,

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