Mis Queridos Amigos:
El 15 de marzo, el arzobispo Wenski promulgó una carta que me gustaría compartir con ustedes hoy. En ella él pone fin a la dispensa que ha estado vigente desde que comenzó la pandemia y restablece la obligación de asistir a la misa dominical. La carta comienza con una cita del Catecismo de la Iglesia Católica:
“La Eucaristía del domingo fundamenta y confirma toda la práctica cristiana. Por eso los fieles están obligados a participar en la Eucaristía los días de precepto… La participación en la celebración común de la Eucaristía dominical es un testimonio de pertenencia y de fidelidad a Cristo y a su Iglesia”. (cf. CIC 2181, 2 I 82)
A partir del Domingo de Ramos, 10 de abril del 2022, se restablece la obligación de participar personalmente en la Eucaristía los domingos y otros días de precepto. A no ser que estén excusados por una razón seria (por ejemplo, enfermedad, o por cuidar a niños pequeños o a ancianos), quienes deliberadamente faltan a esta obligación cometen un pecado grave.
Se eligió la fecha del Domingo de Ramos a fin de que los párrocos tuvieran tiempo suficiente para preparar a sus feligreses y quizás reajustar los horarios de las Misas, entre otros detalles. Como ya se ha publicado, los requisitos de mascarillas, así como los de distanciamiento social, se han cancelado. En marzo del 2020, debido a las circunstancias extraordinarias que rodearon la pandemia del coronavirus, se suspendió la obligación de los fieles de participar en la Misa los domingos y otros días de precepto, aunque se exhortó a todos a participar en la Misa a través de la transmisión en directo, o a “santificar el Día del Señor” mediante la oración y la reflexión sobre las Escrituras, personalmente o en familia. Atentamente suyo en Cristo, Reverendísimo Thomas Wenski
Después de haber leído las palabras del Arzobispo, permítanme añadir algunas reflexiones propias:
La misa dominical es el punto culminante y la piedra angular de nuestra semana como parroquia. Todo lo que hacemos, cada ministerio, cada acto de servicio fluye de la celebración dominical de la Eucaristía. Hemos visto que la asistencia a la Misa ha aumentado significativamente desde que comenzó la Cuaresma en bastantes de nuestras Misas dominicales. Ha sido muy alentador y de gran alegría para los sacerdotes de su parroquia. Como mencioné hace dos semanas en este espacio: necesitamos comenzar a prepararnos como comunidad para darle la bienvenida a las multitudes grandes que se unirán a nosotros para la Misa del Domingo de Ramos y el Domingo de Pascua. Esto significa acostumbrarse a sentarse juntos de nuevo. Sí, eso incluye apretarse en los bancos. Entiendo que algunos pueden no sentirse cómodos con eso todavía, pero si podemos apretarnos en un avión o en un cine, podemos hacerlo en la iglesia en la presencia de nuestro Señor. Recuerden, que las máscaras siguen siendo opcionales y muchos de nuestros feligreses todavía las usan. La Eucaristía es un sacramento de encuentro no sólo con nuestro Señor, sino con nuestros hermanos y hermanas en Cristo.
La Cuaresma es un tiempo para alejarse de los malos hábitos, y sí, muchos de nosotros hemos caído en el hábito en los últimos dos años de poner otras cosas antes de la Misa dominical porque sabíamos que la dispensa estaba en su lugar y podíamos ver la transmisión en vivo en cualquier momento del día. Debemos darnos cuenta una vez más de la seriedad de esta obligación porque está poniendo a Dios en primer lugar en nuestras vidas y en las vidas de nuestra familia, y sería una negligencia de deber de mi parte como su párroco si no subrayara lo que el Arzobispo dice tan claramente: “aquellos que deliberadamente faltan en esta obligación cometen un pecado grave”.
Y si puedo agregar un poco más de sabiduría en la Misa dominical del Papa San Juan Pablo II:
¡No tengan miedo de dar su tiempo a Cristo! Sí, abramos nuestro tiempo a Cristo para que él lo pueda iluminar y dirigir. Él es quien conoce el secreto del tiempo y el secreto de la eternidad, y nos entrega « su día » como un don siempre nuevo de su amor. El descubrimiento de este día es una gracia que se ha de pedir, no sólo para vivir en plenitud las exigencias propias de la fe, sino también para dar una respuesta concreta a los anhelos íntimos y auténticos de cada ser humano. El tiempo ofrecido a Cristo nunca es un tiempo perdido, sino más bien ganado para la humanización profunda de nuestras relaciones y de nuestra vida. (Dies Domini 7)
Una vez más, les imploro, anúncienlo por todas partes a todos los que se encuentren: ¡es hora de regresar a casa para la Misa!
Que Dios los bendiga a todos,