Mis queridos amigos,
¡Feliz año nuevo! Espero que hayan tenido una hermosa Navidad la semana pasada. Nuestras Misas rebosaron cuando amigos, jóvenes y mayores, vinieron a nuestra hermosa iglesia para rendir homenaje al Niño Rey. Debo agradecer a todos los que hicieron que la Noche Buena y el día de Navidad fueran un gran éxito, empezando por aquellos que decoraron nuestra iglesia para que se viera tan hermosa, a nuestros increíbles coros y a todos los ministros litúrgicos que ayudaron en un fin de semana tan ajetreado. Sus sacerdotes están naturalmente cansados pero encantados de ver a tanta gente. En nombre de todos los sacerdotes que sirven aquí, también queremos agradecer a todos los feligreses que nos trajeron regalos o alimentos a la rectoría durante las últimas dos semanas. No podemos agradecerle lo suficiente su generosidad. Y como su pastor, quiero agradecerles a todos ustedes que hicieron ofrendas navideñas tan generosas la semana pasada. Todos llaman a esta la temporada de dar, pero como señaló acertadamente el Padre Uko durante una cena la semana pasada, la generosidad está en el corazón de ser católico. ¡Así que gracias!
Mientras continuamos con la temporada navideña, hoy nos reunimos para celebrar la Solemnidad de María, Madre de Dios. Qué apropiado que confiemos este nuevo año a nuestra Santísima Madre para que nos guíe y proteja durante los próximos 12 meses. Contemplamos las hermosas palabras del evangelio de hoy: “Y María guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón (Lucas 2:19)”. Hacemos bien en seguir el ejemplo de María. Hemos vivido recuerdos tan bonitos en esta Navidad que deberíamos guardarlos en el corazón para reflexionar. Quizás tuvimos un profundo despertar espiritual con la venida del Señor al darnos cuenta de que Dios está verdaderamente entre nosotros. Unos días antes de Navidad, le comentaba a una amiga lo tranquila que estaba la parroquia la noche que termino la escuela, y ella respondió: “Así me imagino que se sintieron María y José al anticipar el nacimiento de Jesús… en silencio”. ¿Y ahora que ha nacido Jesús? María y José contemplan a los pastores y a los ángeles que vienen a adorar a este Niño. ¿Qué deben haber sentido en sus corazones?
San Juan Pablo II ofreció una hermosa reflexión sobre lo que la Iglesia celebra hoy:
Después de presentarla como la Madre que ofrece el Niño a los pastores que lo buscaban con solicitud, el evangelista san Lucas nos brinda un icono de María, sencillo y majestuoso a la vez. María es la mujer de fe, que acogió a Dios en su corazón, en sus proyectos, en su cuerpo y en su experiencia de esposa y madre. Es la creyente capaz de captar en el insólito nacimiento del Hijo la llegada de la “plenitud de los tiempos” (Ga 4, 4), en la que Dios, eligiendo los caminos sencillos de la existencia humana, decidió comprometerse personalmente en la obra de la salvación.
La fe lleva a la Virgen santísima a recorrer sendas desconocidas e imprevisibles, conservando todo en su corazón, es decir, en la intimidad de su espíritu, para responder con renovada adhesión a Dios y a su designio de amor.
Ayúdanos también a nosotros, oh María, a renovar con espíritu de fe nuestra existencia. Ayúdanos a saber salvaguardar espacios de silencio y de contemplación en la frenética vida diaria. Haz que tendamos siempre hacia las exigencias de la paz verdadera, don de la Navidad de Cristo. (Homilía, 1 de enero de 2001)
Hago eco de las palabras del santo Papa de que hagamos tiempo para el silencio y la contemplación en este Año Nuevo. Se ha convertido en costumbre para mí llamarlos a todos ustedes a medida que toman resoluciones para hacer una resolución de pasar más tiempo en oración y adoración en nuestra capilla. Esto es lo que hicieron María y José en la quietud de Belén. Adoraron a este Niño, este notable regalo de amor que nos envió nuestro Padre Celestial. Ayúdanos, Oh Santísima Madre de Dios, ayúdanos a adorar a tu Hijo como tú lo hiciste. Enséñanos a ser un pueblo de contemplación y protégenos a nosotros y a nuestras familias en este nuevo año.
Que Dios los bendiga a todos,