¡Feliz Pascua de Resurrección! Escribo la columna para el boletín de esta semana mientras el Padre Manny disfruta unas vacaciones merecidas después de celebrar la plenitud de la Semana Santa. Como los sacerdotes dicen, “Cuando Jesucristo sale del sepulcro, los Padres entran en el sepulcro.” Yo voy a tener mi tiempo para descansar la semana que viene. Aunque nosotros sacerdotes sentimos el cansancio después de la Semana Santa, ciertamente no somos los únicos. Queremos agradecer a todas las manos y corazones que ayudaron hacer tan especial esta Semana Santa. Nuestro personal de la oficina, nuestro clero, los decoradores, los músicos y cantantes, los ministros litúrgicos, los ujieres, y nuestro personal de mantenimiento todos compartieron en el trabajo de la Semana Santa. La Iglesia estuvo totalmente llena de gente. Recordando tres años atrás cuando la Iglesia estuvo vacía, podemos decir que es mucho mejor el que esté llena del pueblo de Dios.
En las lecturas de este segundo domingo del octavo de la Pascua, los Hechos de los Apóstoles habla de un momento sereno en la historia de la Iglesia primitiva, que disfrutaba el calor de la luz de la Resurrección y el fuego de Pentecostés. “Todos eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles, en la comunión fraterna, en la fracción del pan y en las oraciones … Todos los creyentes vivían unidos y lo tenían todo en común … en las casas partían el pan y comían juntos, con alegría y sencillez de corazón. Alababan a Dios y toda la gente los estimaba.” ¿Parece demasiado bueno para ser verdad, ¿no? Claro que sí. La naturaleza humana y la historia de la Iglesia nos dice que eso no duró mucho. La harmonía realmente solo duró unos capítulos más en Hechos cuando la Iglesia tenia que establecer el diaconado para remediar algunos problemas.
Basta decir que nosotros, los seres humanos, nos equivocamos mucho durante nuestra jornada de seguir a Jesucristo. Los apóstoles, los pilares de la Iglesia y la fuente de la autoridad episcopal, son el mejor ejemplo de las maneras en que fallamos en relación con Cristo. Pero, todavía fueron los beneficiarios de la virtud más importante de nuestro Señor: su misericordia sobreabundante.
¿Que fue la primera cosa que dijo Jesús cuando entró en el cenáculo después de la Resurrección? “La paz este con ustedes.” Es decir, “Tranquilo, hermanos. Estoy vivo y victorioso.” Además, no dijo, “¿Dónde estaban cuando los necesitaba?” o “¿Como podían negarme?” Cristo les ofreció la misericordia y la misión de recibir el Espíritu Santo y perdonar los pecados. No solo estaba vivo, pero también estaba preparándolos por algo mucho mejor.
Creo que santo Tomás es malentendido en la historia bíblica. No estaba en el cenáculo cuando Jesucristo apareció a los apóstoles la primera vez. Ha habido mucha reflexión sobre la razón de por qué Tomás no estaba, pero solo sabemos que no estaba. Por eso, puedo entender su reacción a la noticia de la aparición de Jesús. Seria nuestra reacción para algo que consideramos un chiste sin gracia.
Pero, el Señor sigue compartiendo su misericordia. El apareció de nuevo y ofreció a Tomás la oportunidad para poner el dedo en los agujeros de los clavos y en la herida de su costado. El Señor, por su misericordia, vence sobre la incredulidad de Tomás. La transformación entre Tomás después de solo ese encuentro de misericordia lo impulsó a llegar a la India para evangelizar. El llevó el evangelio a los fines del mundo y murió como un mártir en esa tierra.
Es la misericordia del Señor que infunde la transformación más grande en el corazón humano. No hay ninguna fuerza en el mundo tan fuerte como la misericordia, como el perdón auténtico. El Señor la ofreció a la humanidad desde la Cruz cuando rezaba por los que no entendían que estaban haciendo. La misericordia se derramó del costado traspasado de Jesús en sangre y agua. Esa imagen todavía está con nosotros por la inspiración de Santa Faustina Kowalska. La misericordia en frente de la maldad es una fuerza sin igual en este mundo y en el cielo. La harmonía entre nosotros puede ser corta. Nuestra naturaleza humana está siempre lista para caer. Pero Jesucristo en la Cruz lo ha vencido todo. Que mas podemos decir excepto, “¡Señor mío y Dios mío!”
– Padre Andrew