11 de Septiembre – XXIV Domingo en el Tiempo Ordinario

Mis Queridos Amigos,

Este día siempre será solemne para nosotros. A pesar de que han pasado 21 años, las cicatrices de ese día todavía nos duelen. Fuimos heridos como nación el 11 de septiembre del 2001, sin embargo, nunca olvidaremos cómo nuestras iglesias se llenaron esa noche y el domingo siguiente con personas que simplemente acudieron a Dios en busca de respuestas. Queríamos la paz. Queríamos sentirnos cerca de Dios, y sí, del uno al otro. Una de las cosas que siempre tendré cerca de mi corazón es el sentido de unidad que sentimos como nación después de esos ataques terroristas. Esa unidad se siente fugaz dos décadas después. Mientras lloramos a los que murieron en los aviones y a los socorristas que dieron sus vidas, realmente podemos honrar su sacrificio orando y trabajando por la unidad como nación. 

Hay dos imágenes icónicas que muchos de nosotros recordaremos de los días posteriores al 9/11. La primera fue la cruz de viga de acero que apareció entre los escombros del World Trade Center. Un recordatorio de que Cristo nos acompaña incluso en los lugares más oscuros. La otra imagen era de los tres bomberos izando la bandera estadounidense en la Zona Cero. Yo hice dos copias de esa fotografía. Una se la di a mi hermano como regalo cuando se graduó de la academia de bomberos y se convirtió en bombero ese mismo mes. La otra todavía se encuentra en un librero en mi oficina como un recordatorio no solo de esta fecha, sino de que siempre debo orar por aquellos que nos protegen. 

Nuestros oficiales de policía, bomberos y socorristas, junto con los miembros de nuestras fuerzas armadas, representan lo mejor entre nosotros. Hombres y mujeres heroicos y desinteresados, que como vimos en aquella trágica mañana del martes, sin tener en cuenta su seguridad personal, se toparon con dos torres en llamas. Esos héroes del 9/11 personifican ese hermoso versículo pronunciado por nuestro Señor en el Evangelio de San Juan: “No hay amor más grande que dar tu vida por tu amigo (Juan 15:13)”. 

Así que hoy, honramos a todas las víctimas del 9/11, y oramos por nuestra nación. Oramos para que la unidad que experimentamos durante ese fatídico septiembre pueda reavivarse de alguna manera. Y quiero dejarlos con la poderosa oración recitada por el Papa Benedicto XVI cuando visitó la Zona Cero en el 2008, y pedirles que la recen también en este día solemne.

¡Oh Dios de amor, compasión y salvación! 
¡Míranos, gente de diferentes creencias
y tradiciones, reunidos hoy en este lugar, 
escenario de violencia y dolor increíbles. 

Te pedimos que por tu bondad concedas la luz
y la paz eternas a todos los que murieron aquí— 
a los que heroicamente acudieron los primeros, 
nuestros bomberos, policías, servicios de
emergencia y las autoridades del puerto, 
y a todos los hombres y mujeres inocentes 
que fueron víctimas de esta tragedia 
simplemente porque vinieron aquí para cumplir
con su deber el 11 de septiembre de 2001. 

Te pedimos que tengas compasión y alivies las penas de aquellos que, por estar presentes aquí ese día, 
hoy están heridos o enfermos. 
Alivia también el dolor de las familias que todavía
sufren y de todos los que han perdido a sus seres
queridos en esta tragedia. 
Dales fortaleza para seguir viviendo
con valentía y esperanza. 

También tenemos presentes a cuantos murieron,
resultaron heridos o sufrieron pérdidas ese mismo día en el Pentágono y en Shanskville, Pennsylvania. 
Nuestros corazones se unen a los suyos, mientras
nuestras oraciones abrazan su dolor y sufrimiento. 

Dios de la paz, concede tu paz a nuestro
violento mundo: 
paz en los corazones de todos los hombres y mujeres 
y paz entre las naciones de la tierra. 
Lleva por tu senda del amor a aquellos cuyas
mentes y corazones están nublados por el odio. 

Dios de comprensión, abrumados por la magnitud de esta tragedia, buscamos tu luz y tu guía 
cuando nos enfrentamos con hechos
tan terribles como éste. 
Haz que aquellos cuyas vidas fueron salvadas 
vivan de manera que las vidas perdidas aquí 
no lo hayan sido en vano. 
Confórtanos y consuélanos, fortalécenos en la
esperanza, y danos la sabiduría y el coraje 
para trabajar incansablemente por un mundo 
en el que la verdadera paz y el amor 
reinen entre las naciones y en los corazones de todos. 

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