19 de Diciembre – IV Domingo del Adviento

Hay una palabra que debería llamarnos la atención a todos mientras leemos / escuchamos las lecturas de hoy: la palabra “pequeño”. Hoy nos reunimos en este último domingo de Adviento para celebrar, regocijarnos y recordar que la salvación vino de un pequeño pueblo y de un pequeño ser humano que también resultó ser Dios. Esa es la belleza y el misterio de la Navidad. Los pequeños, los mansos, los inocentes pueden enseñarnos tanto durante esta bendita temporada. El martes pasado, nuestros niños de la escuela realizaron su desfile anual de Navidad y cada uno de ellos estaba muy orgulloso de los papeles que interpretaron: María, José, pastores, reyes, estrellas e incluso los animales en el pesebre. Recuerdo una vez que le pregunté a un niño qué papel jugaba. Él era un niño de primer grado y afirmó con orgullo: “¡Soy el burro!” Todos tenemos un papel que desempeñar en la salvación … especialmente los pequeños y especialmente nuestros niños. Es como si ellos entendieran la Navidad a otro nivel, tal vez entiendan lo que nosotros hemos olvidado de adultos.

María, que se llama a sí misma la “pequeña del Señor” durante la Anunciación, visita a su prima Isabel en el evangelio de hoy, y sus hijos son los protagonistas de esta historia en el seno materno. Un niño por nacer, Juan, está lleno del Espíritu Santo y salta de gozo en la presencia del Niño Jesús que también esta en el vientre de su Madre. Sí, las palabras de Isabel son poderosas, “bendita tú entre las mujeres”, como son las palabras de María cuando “proclama la grandeza del Señor”, pero estas dos mujeres extraordinarias están muy felices de dejar que sus hijos nos enseñen lo felices que debemos ser. En esta época del año debemos saltar de gozo como Juan porque se acerca nuestra salvación.

El mes pasado, en la Misa de los niños, llevé a los niños al santuario para predicarles por primera vez desde que comenzó la pandemia. Era la solemnidad de Cristo Rey y los niños estaban muy felices de participar activamente en la homilía. Me alegra predicarles a los niños porque en su inocencia y en sus respuestas a las preguntas que les hago, a todos se nos brinda información valiosa sobre nuestra fe. Recuerdo un domingo de Adviento, hace años, cuando estábamos a un par de días de Navidad, cuando estaba predicando a los niños, y les señalé el pesebre vacío en la escena del Nacimiento en la iglesia y les pregunté qué significaba. Una niña pequeña explicó con mucha astucia que representaba nuestros corazones que se están preparando para recibir a Jesús en este Adviento. Es por eso que me encanta predicar homilías a los niños, especialmente en Navidad, porque entienden nuestra fe mejor que nosotros. Cuando les pregunté si estaban emocionados porque se acercaba la Navidad, se pudo ver la emoción en sus ojos, y no solo por los regalos que iban a recibir, sino que me explicaron con valentía que era porque Jesús iba a nacer en nosotros. Nuestros corazones deben estar como el pesebre que contemplamos hoy: vacíos y libres de pecado para permitir que la luz del Cristo recién nacido nos transforme por completo. Necesitamos recuperar esa inocencia infantil al acercarnos a la Natividad de nuestro Señor.

Con ese fin, los invito a todos a aprovechar la oportunidad para limpiar sus corazones en el Sacramento de la Reconciliación el próximo miércoles 22 de diciembre a las 7:00 p.m. Tendremos muchos sacerdotes disponibles para escuchar sus confesiones para que sus corazones estén listos para recibir al Señor. Sí, la confesión es difícil, pero sigan el ejemplo de los niños y del tema de la “pequeñez” que recorre las lecturas de hoy. Debemos humillarnos y reconocer nuestra pecaminosidad para permitir que Cristo haga grandes cosas en nosotros. Jesús, siendo omnipotente, se hizo pequeño y frágil en ese pesebre de Belén para mostrarnos el camino de la salvación: ¡tenemoss que ser como niños!

Entonces, ¿estamos llenos de alegría infantil a medida que se acerca la Navidad? Deberíamos anhelar ver a nuestro Dios como lo hicieron los pastores en esa primera noche de Navidad. Si no, nuestra oración estos últimos días de Adviento debería ser la respuesta del salmo de hoy: “Señor, haz que nos volvamos a ti; déjanos ver tu rostro y seremos salvos”. (Salmo 80: 4)

Que Dios los bendiga a todos,

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