Mis queridos amigos,
¡Feliz Día de la Independencia! Es raro que podamos reunirnos como una comunidad para adorar el 4 de julio, pero ya que cae en domingo este año, podemos ofrecer cada una de nuestras misas por esta gran nación nuestra. ¡Qué bendición!
De hecho, tenemos la bendición de vivir en los Estados Unidos. Mis padres y abuelos que buscaron refugio en estas costas hace unos 53 años, siempre me enseñaron a amar este país porque abrió sus brazos a nuestra familia y nos permitió trabajar duro para lograr el éxito bajo la libertad que Estados Unidos provee. Habiendo celebrado recientemente el Día de los Caídos, sabemos que estas libertades vienen con el gran precio de aquellos que dieron su vida defendiendo nuestra patria. Hoy recordamos una vez más a los hombres y mujeres que dieron su vida por nuestro país.
También contemplamos las libertades que ahora disfrutamos y rezamos para que nunca las demos por hecho. El martes pasado terminamos de celebrar la Semana de la Libertad Religiosa mientras orábamos para que nuestras libertades siempre estuvieran protegidas, especialmente la primera libertad que es precisamente la libertad de culto. Nuestros obispos nos recordaron que “la libertad religiosa permite a la Iglesia, y a todas las comunidades religiosas, vivir su fe en público y servir al bien de todos”.
Tenemos la bendición de vivir en una nación donde podemos ir a la iglesia y adorar sin miedo. Hoy celebramos todo lo que la hace grande, pero también oramos por las cosas que como nación aún tenemos que perfeccionar: justicia para los no nacidos, para los inmigrantes, para los pobres, etc. Se nos recuerda que Estados Unidos sigue siendo un gran experimento inacabado. Estamos llamados a participar en la formación de ese experimento inspirado por nuestra fe católica.
Hoy, al final de la Misa, cantaremos “América la Bella”. En el 1987, cuando San Juan Pablo II concluyó su viaje por los Estados Unidos (refiriéndose a América) y que comenzó en Miami, dijo estas palabras en Detroit durante su despedida:
«América, eres hermosa de verdad, y bendecida de innumerables maneras… Pero tu mayor belleza y tu bendición más generosa está en la persona humana: en cada hombre, mujer y niño, en cada inmigrante, en cada nativo o nativa… La prueba definitiva de tu grandeza está en el modo en que tratas a cada ser humano, pero especialmente a los más débiles y a los más indefensos. Las mejores tradiciones de tu tierra presumen de respetar a quienes no pueden defenderse. Si quieres la misma justicia para todos, verdadera libertad y paz duradera, entonces, América, ¡defiende la vida! Todas las grandes causas que hoy defiendes tendrán sentido sólo en la medida en que garantices el derecho a la vida y protejas a la persona humana
… Ésta es la dignidad de América, la razón de su existencia, la condición de su supervivencia; sí, es el «test» último de su grandeza: respetar a toda persona humana, especialmente a las más débiles y a las más indefensas, como a las no nacidas»
Con estos sentimientos de amor y esperanza por América, ahora me despido en palabras que hablé una vez antes: “Hoy, por lo tanto, mi oración final es esta: que Dios bendiga a América, para que ella pueda llegar a ser cada vez más – y verdaderamente ser – y por mucho tiempo seguir siendo una Nación, bajo Dios, indivisible. Con libertad y justicia para todos. (San Juan Pablo II, Discurso de despedida en Detroit, 9/19/87)
En este su cumpleaños número 245, que Dios continúe bendiciendo a los Estados Unidos de América.