Mis Queridos Amigos,
A medida que continuamos nuestro viaje de Adviento, quiero volver a visitar una de las figuras claves de la Natividad de Cristo: San José. Este próximo miércoles, el Año de San José llega a su fin. Hace un año, nuestro Santo Padre, el Papa Francisco, proclamó un año dedicado a José, el esposo de nuestra Santísima Madre. Fue un año lleno de gracias. Muchas personas, incluyéndome a mí, hicimos la consagración de 33 días a San José. Esos días estuvieron
marcados por una meditación intensa en la vida de este hombre justo y santo que renunció a todo para llevar a María a su hogar y criar al niño Jesús como si fuera su propio hijo.
El Papa Francisco nos regaló el pasado mes de diciembre una carta apostólica dedicada a San José llamada Patris Corde, “Con corazón de Padre”. Los animo a leer esta carta, que es una meditación sublime sobre la vida de José. Es el compañero espiritual perfecto para el Adviento. También es una guía hermosa para los padres, ya que el Santo Padre profundiza en la importancia de la paternidad:
La felicidad de José no está en la lógica del auto-sacrificio, sino en el don de sí mismo. Nunca se percibe en este hombre la frustración, sino sólo la confianza. Su silencio persistente no contempla quejas, sino gestos concretos de confianza. El mundo necesita padres… Un padre que es consciente de que completa su acción educativa y de que vive plenamente su paternidad sólo cuando se ha hecho “inútil”, cuando ve que el hijo ha logrado ser autónomo y camina solo por los senderos de la vida, cuando se pone en la situación de José, que siempre supo que el Niño no era suyo, sino que simplemente había sido confiado a su cuidado… Siempre que nos encontremos en la condición de ejercer la paternidad, debemos recordar que nunca es un ejercicio de posesión, sino un “signo” que nos evoca una paternidad superior. En cierto sentido, todos nos encontramos en la condición de José: sombra del único Padre celestial, que «hace salir el sol sobre malos y buenos y manda la lluvia sobre justos e injustos» (Mt 5,45); y sombra que sigue al Hijo. (PC 7)
Vayamos a José mientras continuamos estos días de Adviento. Que sea el compañero en el que confiamos, así como nuestra Santísima Madre confió en él para llevarla a Belén. Que nos conduzca a Jesús en el pesebre donde nuestros corazones anhelan estar. Que nos proteja de todo mal, porque la Letanía de San José lo llama con razón el “terror de los demonios”. Confiando nuestro corazón a José tendrá un impacto transformador en nuestra vida espiritual.
Así que, al concluir este año dedicado al Mas Casto Esposo de la Santísima Virgen María, recemos por última vez la oración que nuestro Santo Padre inscribió al final de Patris Corde:
Salve, custodio del Redentor
y esposo de la Virgen María.
A ti Dios confió a su Hijo,
en ti María depositó su confianza,
contigo Cristo se forjó como hombre.
Oh, bienaventurado José,
muéstrate padre también a nosotros
y guíanos en el camino de la vida.
Concédenos gracia, misericordia y valentía,
y defiéndenos de todo mal. Amén.
Que Dios los bendiga a todos,